jueves, 6 de julio de 2017

El regreso de la vieja patria

Artículo de opinión
Marisol Bowen

Muchos hemos escuchado ese pito ensordecedor de un vehículo retrocediendo, algo así como una aguja en el tímpano. Incluso hay los vehículos modernos de donde se escapa una vocecita robótica que nos avisa, “cuidado, vehículo retrocediendo… cuidado, vehículo retrocediendo”; pues pareciera que la patria nos dice lo mismo, enciende todas las alarmas, retrocede a una velocidad inimaginable y se va llevando a su paso ¡la década ganada!
Hay un sentir colectivo de descontento que se manifiesta en las calles y en las redes sociales, mientras los famosos diálogos de la vieja patria, como el hijo pródigo, regresan.
Fotografía tomada de periodismoEcuador
Por muy romántico que suene el actual discurso, en su fondo conceptual es de derecha, de vieja patria, de todos con todos sin importar quien sea y de todos contra Correa. Alejándose significativamente de lo que significó su gobierno y del camino revolucionario; sin limitar posiciones que nos aseguren la continuidad de un proceso que se diluye con el pretexto de un nuevo “estilo”. Un estilo con el que se está cambiando el proyecto político que le costó 10 años a la revolución para construir la nueva patria.
Volvemos a observar por todos los medios, ofrecimientos como las casas y sus irrisorios valores a pagar, bonos que más parecieran en venta, promesas de trabajo de película y misiones que se ofrecen como regalo y no como derecho. Evidentemente la visión es la misma, volvemos a la época del ¡pan, techo y empleo!
En el viejo país de la partidocracia, los políticos ofrecían de todo, con o sin campaña. Con esto compraban a un pueblo lleno de necesidades y ávido de soluciones, que comía promesas; así también el gobierno negociaba a través del diálogo con los partidos políticos, ese era el "estilo" de gobernar contentos. En estos diálogos se abrazaban incluso la izquierda extrema y la derecha más peligrosa, el partido social cristiano. Así también las leyes se manejaban entre el gobierno, políticos de todas las raleas y los altos mandos militares, entre gallos de media noche en los cuarteles; donde se parieron las injustas leyes que atentaron contra el pueblo, como la que permitió el feriado bancario, y que fueron expuestas una a una y de gobierno en gobierno en el nefasto Congreso Nacional. Todos cabían en el mismo saco, con diálogos que beneficiaban a los poderes políticos más fuertes.
Esto ocurría porque el país no tenía institucionalidad, es decir, el presidente y su gobierno dependía de los actores políticos y los militares; por lo que dialogar no era otra cosa que negociar. Finalmente, las élites políticas eran las más beneficiadas y no el pueblo; de ahí la falta de progreso y de justicia social.
En esa vieja patria del dialogo negociador, incluso los medios de comunicación tenían privilegios y como tal, también negociaban. La fuerza mediática mercantilista dominaba las esferas de la gobernabilidad; del negocio o acuerdo con el gobierno de turno, dependía lo que emitían los noticieros y publicaban los periódicos. En definitiva, si el romance con los medios de comunicación, los políticos negociadores y las altas esferas militares acababa, las verdades salían a la luz pública, el pueblo empezaba a organizarse con ayuda de los políticos instigadores, quienes con pasional despecho atizaban el fuego y organizaban las manifestaciones, que también eran respaldadas por las fuerzas militares. En definitiva, caía el gobierno, porque a falta de institucionalidad, el gobierno dependía de ellos.
Es aquí, donde llega Rafael Correa y da inicio a la mejor de sus batallas, institucionalizar el estado, despegándolo de la suela de los poderes fácticos que lo dominaban. Algo que consiguió con la redistribución de las riquezas y las bien establecidas competencias de cada uno. Logrando con esto destruir el mecanismo negociador y chantajista entre gobierno y gobiernos locales, así como anclar los verdaderos poderes de las fuerzas militares, que hasta entonces, no concebían la figura del presidente de la República como Jefe en mando sino como un monigote que se movía con hilos. Siendo la institucionalización del estado la que definitivamente dio el inicio de lo que luego fue ¡una invencible Revolución!
Para llegar a ese resultado, la confrontación con los actores políticos era inevitable. Es lo que el actual gobierno sataniza en Rafael correa y con lo que justifica sus diálogos con la oposición. Pero en la práctica, con un gobierno revolucionario aplicando el socialismo, la confrontación no fue más que el producto del cambio institucional positivo para el pueblo y la resistencia por parte de los actores políticos que no lo hacían posible. En ese contexto, gobernar en armonía con los enemigos, solo se puede conseguir con “diálogos” para concretar acuerdos; lo que jamás hizo Rafael Correa, porque nada que haya afectado a la patria en el ayer podría volver con buenas intenciones.
En este nuevo escenario, aplica el viejo adagio, “Se va el gato y los ratones hacen fiesta” –también lo digo por los ojos verdes-, conocemos por las fotos del actual mandatario con algunos enemigos de la patria, que las reuniones y los diálogos efectivamente se cumplieron con los representantes de la partidocracia como Jaime Nebot, Cynthia Viteri, Paco Moncayo, Dalo Bucaram, entre otros. Pero también vemos que estos se desenvuelven en un marco donde la permisividad ha jugado su mejor papel, desviando la ruta revolucionaria. Consecuentemente se ha debilitado la continuidad de la lucha y se ha fracturado la lealtad como principio fundamental partidista y humano. En ese contexto, me resulta inevitable citar las palabras del líder invicto de la Revolución Ciudadana, Rafael Correa, “Conversar con un ‘Dalo’ Bucaram, por ejemplo, que vive insultando al vicepresidente. Yo jamás me hubiera sentado a dialogar con alguien que insultara a Lenín Moreno cuando era mi vicepresidente”
De ahí que diferenciar sea necesario para entender medianamente tanto dialogo por encima de la lealtad. Involucrar y dialogar son dos cosas distintas; según la RAE “dialogar” significa hablar, en tanto que “involucrar” es incluir y hacer participar. En consecuencia, no estamos frente a una promesa cumplida, como tanto se repite, sino ante una promesa con letras chiquitas como en los contratos; donde se pretende confundir el sentido etimológico de ambas palabras, ya que aquí, lejos del dialogo prometido, se ha involucrado a los actores políticos de la más recia oposición en un proceso revolucionario que, precisamente por nocivos, los mantuvo al margen durante 10 años. De otra manera no habría llegado la justicia social y no habríamos logrado la década ganada.
En ese escenario inimaginable -para calmar las aguas defraudadas-, hemos escuchado al actual mandatario abordar el tema del dialogo en el marco del romanticismo, pero no profundizarlo en contexto y consecuencia. En definitiva, se justifica la mezcolanza con una verdad a medias sin la más elemental transparencia, lo que nos motiva a preguntarnos ¿cuál es el alcance de los diálogos?, ¿en que benefician al pueblo?, ¿que se negocia? Porque si algo tenemos claro, es que no hay dialogo sin conveniencia de partes.
Al respecto, lejos de recibir respuestas nos abofetea un silencio abrumador que nos confunde, al punto de cuestionar a los actores políticos involucrados y no a lo que traen consigo ni lo que llevan de vuelta. Algo que considerando el retro en que vamos, nos obliga a usar la lógica, estrenar la suspicacia y sacar nuestras propias conclusiones.
Por ejemplo, en el caso de los diálogos con la CONAIE, (sector indígena opositor), podríamos imaginar que el resultado del dialogo son los indultos a los indígenas que fueron procesados por atentar contra la democracia, cuyo propósito era derrocar al presidente Rafael Correa y su gobierno Revolucionario. Así también que cuestionados personajes como Humberto Cholango, enemigo acérrimo de la Revolución Ciudadana, dirija hoy una secretaría con rango de ministerio. Y para terminar de completar, en un acto indiscutiblemente desleal, el presidente les haya regresado por 100 años, la sede que, con justa razón, les fue quitada en el Gobierno de Correa.
Así también tenemos a las prebendas de la vieja patria, en su máxima expresión, Cuando luego de los "diálogos", al parecer CNEL le ha sido entregado a la gente de los Bucaram, como lo denunció la asambleísta Marcela Aguiñaga. Algo contra lo que también luchó incansablemente Rafael Correa, para quitarle a los poderes maliciosos el manejo de las instituciones del pueblo.
Este camino a la vieja Patria también trajo de regreso a los negociadores del silencio, los medios de comunicación, quienes -con la más brutal fijación-, dedicaban noticieros, programas de televisión y paginas completas en los diarios, para desacreditar al Gobierno de Rafael Correa. Esos mismos medios que hoy guardan silencio mientras ponen la agenda y la tinta para destruir la Ley de Comunicación; el mecanismo de justicia con el que la Revolución venció también al viejo país. Lo que podría justificar en consecuencia, que hoy los medios se luzcan lanzando porcentajes -inverosímiles- de aceptación del nuevo mandatario, que muy lejos de la realidad, dan por seguro que todos estamos contentos. La vieja práctica de la psicología inversa que codificaba el pensamiento del pueblo. ! ¡Craso error!, olvidan que los enlaces ciudadanos los mostró tal cual son y el pueblo ya no es presa fácil.
Los diálogos negociadores no solo volvieron, sino que con ellos regresó la figura de “primera dama” y extendió sus tentáculos a los gobiernos municipales y a las esposas de los alcaldes y prefectos; involucrándolas en proyectos como “casa para todos”. Algo innecesario en un estado cuya gobernabilidad dista de manera abismal de los viejos gobiernos dependientes, ya que con la institucionalidad del estado que dejó el gobierno Rafael Correa, el gobierno tiene absoluta potestad para gestionar de manera independiente los terrenos a ser ocupados, sin necesidad de pedir permiso ¡para después pedir perdón! Algo que se apega a la única justificación que tiene, ¡el acuerdo!
Los empresarios también forman parte de esta historia, su misión será muy posiblemente el tema de los satanizados impuestos y la justicia laboral. Recordemos que Rafael Correa implantó la cultura tributaria, algo desconocido para los empresarios y millonarios que evadían impuestos sin remordimientos patrios. Así también atacó al cáncer que tenía minada la justicia laboral: la precarización laboral y la tercerización, y enfatizó en la seguridad social como obligación. De la misma manera, fue su gobierno con sus políticas de inclusión, que le brindo un lugar digno en el área laboral a los discapacitados, algo impensable. Eso fue lo que hizo la diferencia entre el ayer y el hoy de la empresa privada en un estado de derecho; donde finalmente los empresarios, cuyas empresas crecieron con el pulso del trabajador, aprendieron a respetar ¡el derecho ajeno!
Si a todo esto le sumamos las aparecidas organizaciones sociales que hoy respaldan estratégicamente al actual gobierno y que no representan al pueblo en general sino a sus actores, y el silencio gubernamental contra el ataque visceral del que es víctima su vicepresidente, quien enfrenta un posible Juicio Político en un escenario de todos contra Correa, y donde, dicho sea de paso, ya se cometió la primera injusticia al declarar inocente a Martín Pallares. Volvemos al mismo evidente resultado; los síntomas que diagnostican el regreso de la vieja patria, donde organizar a ciertos sectores era la fuerza de choque y abandonar al amigo era parte del acuerdo.
Lejos de darle a los “diálogos” y al accionar del actual gobierno el beneficio de la duda, asumiendo que solo son “diálogos” y que el gobierno no ha accedido a las exigencias opositoras; considerando que no ha existido transparencia en esos diálogos, que no se han delimitado públicamente los mismos, que no conocemos el fondo sino la forma, y que no se ha informado a la ciudadanía de los acuerdos implícitos en esa “buena relación” que nos está obligando a dormir con el enemigo; aplicamos en su lugar la lógica a los resultados que por evidentes no han podido ocultarse, y a los que aún nos mantienen en signo de interrogación, para concluir que de no haber existido acuerdos cumplidos, no tendríamos a la oposición ¡riendo a carcajadas!
Se le ha brindado un espacio a la oposición, pero la oposición no entrega otra cosa a cambio -que no sea un buen romance-, y eso en un país con un proyecto político revolucionario en marcha, del pueblo para el pueblo, es terriblemente peligroso. La revolución gano las elecciones, es innecesario como absurdo negociar con los que perdieron, en especial con la derecha ecuatoriana que más temprano que tarde llevará agua su molino capitalista, con lo que podríamos perder lo que costó mucho recuperar, lo público con calidad y gratuidad como derecho, para inocular, por ejemplo, la actividad privada en la salud y la educación. Lo que sería un desastre de tamañas magnitudes, pero finalmente el costo del dialogo conciliador y sus prebendas. ¡Una factura que por historia!  la paga el pueblo!
El pueblo como mandante es el eterno centinela de este tesoro llamado Revolución, pero también el poder legislativo de la asamblea será dirimente en el camino a la permisividad o a la resistencia. Pero no precisamente en el riesgo gravísimo de la desinstitucionalización del estado, que ya se evidencia y donde el ejecutivo ya ha dado muestras de su poder absoluto como en la vieja patria, de construir o destruir lo construido con diálogos y cediendo espacios inmerecidos, sino en el cambio profundo que podría afectar gravemente al pueblo y que está en las leyes. Es ahí donde los “champions” de la película serán los asambleístas revolucionarios.
¡Posiblemente a eso se refería Rafael Correa cuando dijo que nos dejaba en buenas manos, la asamblea y su mayoría revolucionaria, ya que es a las leyes donde querrán llegar los más ambiciosos deseos opositores, donde veremos finalmente los efectos impositivos de largo alcance, y si la vieja patria se termina o no!  de consumar!
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