lunes, 23 de noviembre de 2015

Momento de reflexión ante el triunfo de Macri.


Momento de reflexión ante el triunfo de Macri.

Por Jonathan Achig

Tras el triunfo de Mauricio Macri en las elecciones  del 22 de noviembre del 2015 en Argentina, se evidencia que el proyecto político llevado a cabo por los gobiernos progresistas en Latinoamérica ha recibo un fuerte golpe; este obliga a pensar y repensar sobre la necesidad de trabajar desde la base social y la memoria colectiva; pues si no se trabaja desde estos aspectos tan importantes se seguirá sufriendo los mismos errores, y las minorías sociales seguirán manejando sus discursos a su antojo para su beneficio financiero y el florecimiento del neoliberalismo.

¿Qué pasa con la memoria histórica?

La memoria es frágil y en un entorno rodeado de medios masivos de comunicación que manejan a su conveniencia la opinión pública, para intereses propios, con armamento propagandístico que apelan a las emociones del momento, es evidente que la memoria histórica posee gran desventaja.

 Y a propósito de la campaña de Macri encabezado por Duran Barba; quien no sólo poseía a su favor los medios nacionales pues también desde lo internacional estaba apoyado por grandes cadenas como CNN; que se rigen a los intereses de la derecha, con ello es palpable que la opinión pública estaba a su favor, y  en un pueblo sin memoria únicamente se busca apelar a los discursos bonitos que llegan a las emociones y he ahí el resultado.


Por ello la urgencia de trabajar desde la base; para crear frentes críticos y autocríticos no sólo de la coyuntura, si no evidenciar cuales son en verdad los proyectos políticos, económicos, sociales que sean en beneficio para la mayoría social. Además la urgencia de labor desde la estructura y la superestructura en aspecto esenciales como: la comunicación popular, cultura reivindicativa, politización de la gente. He ahí las tareas fundamentales de quienes están comprometidos por el bien común de la sociedad.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Sobre las pequeñas cosas de la vida.

Sobre las pequeñas cosas de la vida.


Por Jonathan Achig

¿Y dónde han quedado las cosas sencillas de la vida?
El sentir de la brisa del amanecer, cuando abres la ventana, y ese hálito de la tierra purifica  tu vida.
¿Dónde están las pequeñas cosas de la vida?
Cuando sales al patio de casa y ves a tu perro, corretear de un lado al otro, moviendo su colita sin parar y le sientes rebosante de alegría por el simple hecho de verte.
Cuando sales a la calle,  miras a tus vecinos y te saludan con una sonrisa, y a pesar que sabes que en el fondo existe un vacío, pero ese simple gesto demuestra que estamos viviendo y sabes que los simple está ahí..
Cuando miras el cielo,  a tu alrededor, y sientes la esencia de las cosas.
Cuando abres un libro, y sientes como sigilosamente cada palabra, cada letra, cada párrafo; van alimentando tu mente.
¿Dónde ha quedado todo lo sencillo?
Pues lo sencillo, está aquí, se encuentra en cada palabra, cada gesto, cada cosa.
Está en todas partes, está aquí, allá.
 A veces no la sentimos, porque no queremos, porque no sabemos que lo queremos.
Pero en lo más profundo del alma sabemos que eso nos hace bien y esta allí.

martes, 10 de noviembre de 2015

Sueños de migrantes atrevidos

Crónica
Por: Nicole Arias

Aun sueño con  tener derechos sin fronteras

Aun sueño con el aroma y paz del hogar

Aun sueño con encontrar hogar en algún lugar

Aun sueño con latir fuera de mapas y aduanas 

Aun sueño con ser alguien más que números extranjeros y banderas de color

Aun sueño con el día en el que tener sueños sea rentable.


                                                                                                      Escucho la voz de mi madre al otro lado del teléfono preguntándome

Como estoy, de repente se me corta la voz y me doy cuenta que  tengo lágrimas en las  mejillas, respiro lentamente y respondo con un bien, pienso que me he vuelto sensible y hasta cierto punto una excelente actriz. Me pregunta que me pasa, respondo con una sola palabra cansada. Me comenta sobre todo lo que pasa en casa y solo tengo un silencio, no puedo más decido buscar una excusa para colgar. Me quedo sentada en el piso alfombrado, mirando la ventana  con los pies y las piernas desnudas mientras sale un llanto desesperado que no sabía que tenía dentro de mí. Espero se  me pase pronto pero el llanto sigue por cerca de una hora, me siento perdida en un millón de montañas y una agonía irrazonable por el   cansancio que desencadena un insomnio absurdo, pienso  que me volveré loca. Pero recuerdo la razón de resistir…un cheque que en mi país no lo alcanzaría sino en varios años.

 De repente escucho la puerta abrirse, me limpio la cara, es Veronika mi compañera de cuarto  de Eslovaquia, llega como siempre a  contarme con su peculiar acento  sobre su día, no la miro se da cuenta que estoy mal y  me abraza. Es uno de los pocos abrazos que recibo tras dos meses fuera de casa, se me van las lágrimas y le digo que  no me pasa nada. Me dice que ella también quiere llorar, nos ponemos a llorar sin razón aparente y terminamos riendo. Al final me dice we are strong woman. (Somos mujeres fuertes), me pongo la pijama mientras recuerdo la hoja color morado que estaba pegada en la puerta esa mañana,  recordándole a Veronika su pronta finalización del contrato,  siento tristeza, pero  me veo al espejo y luzco enojada.


Me acuesto en la cama y miro el techo de colchón que es la litera de resortes cafés sobre mi cama.   Me siento encerrada. Me doy la vuelta y decido intentar dormir, pasan unos minutos y la cobija  roza mis  pies, recuerdo que la noche anterior, descubrí que esa pequeña molestia en mis zapatos, era el síntoma  de  que mis pies  habían estado sangrando durante las doce horas de trabajo. Así que me levanto y  me voy a comer los absurdos sándwiches, con comida enlatada que nos dan en el salón de empleados, pero al llegar ahí  me enojo y decido no comer.

 Me encuentro con los ecuatorianos quienes hablan entre risas y comentarios propios del humor de mi país, me siento en casa. Todo parece ir bien hasta que llegamos al tema de page check o cheque de pago, me preguntan qué cuanto gano, les respondo y todos dicen lo afortunada que soy por la cantidad de dinero que hago. Me sonrió y me quedo pensando en “lo afortunada que soy “mientras viene a mi mente, mis pies sangrantes, mi hombros adoloridos, las trece horas de trabajo, el llanto en el baño, las náuseas después de cada comida y esa nostalgia de casa, combinada por una ansiedad que  me hace limpiar las mesas con tal rapidez, que uno de mis compañeros de trabajo me dice que  soy muy rápida a manera de chiste.

Me vuelvo a conectar con la conversación de los ecuatorianos, que para ese entonces trataba sobre  sus experiencias con el inglés, me dicen que yo no sufro por mi excelente inglés,  me sonrió pero sus palabras me llevan a aquel almuerzo en el que por primera vez en mi vida desee no haber sabido inglés.

 Un grupo de motocicletas  se sentaron en mi sección, entre uno de ellos una mujer, acudí como siempre con la jarra de agua y mi tradicional hello, la mujer me preguntó que era la sopa del día. Ante lo cual  me quedé congelada porque no estuve cuando el chef lo anunció, justo coincidió que eran mis treinta minutos de receso. Me sentí  un poco avergonzada por no saber la información, respondí que puede chequear en el buffet, la señora me miró con un gesto de desprecio.

 Minutos después al regresar a la misma mesa, uno de ellos  se dirige a mí con la intención de   preguntar algo, pero la señora le interrumpe y le dice que no me hable a mí, que no entiendo  inglés, que soy una de esas trabajadoras internacionales que solo sirve  para trabajos  manuales.



Desafortunadamente entiendo cada una de sus palabras, mi sonrisa aparece a manera de arma, mientras siento  que mis lágrimas caen. Sigo sonriendo y me retiro. Llego a la parte trasera del restaurante y suelto  el llanto silenciosamente, uno de los meseros me ve y  me pregunta que me pasa le digo que nada y dice que sonría para obtener más propina.


 Hay un conflicto en mi cabeza  entre las palabras de la señora, los éxitos y cariño de la  gente que deje  en mi país, surge  un cuestionamiento sobre  qué hago en ese lugar. Finalmente un roce  en la espalda lo más cercano a una caricia, me despierta de mis pensamientos, reacciono de manera defensiva, y  me encuentro con  la espalda de Clint  caminando rápidamente, quien me regala  una sonrisa coqueta. Le respondo con otra  sonrisa, pues su presencia en la cocina anuncia que es más de la una y treinta de la tarde  y por ende el tiempo de almuerzo en el restaurante está por finalizar,  mientras coloco las copas en el respectiva cubeta sigo con la mirada a Clint, aunque resulta un poco complicado  por la velocidad con la que se mueve, mis ojos logran  encontrarlo   con su uniforme nuevo de cocinero de alto mando, lo  contemplo y  me quedo abstraída en  su delgadez, su palidez y  las largas horas de trabajo que le esperan.

 Regreso al comedor sigo limpiando, sigue llegando gente, parece eterno, voy en busca de platos, y servilletas para la cena, me desespero quiero salir corriendo, mientras alguien de la mesa me pide más agua, mas cola, o me reclaman por la demora de la comida. Finalmente tras una agónica espera, cierran la puerta del restaurante a las dos y treinta de la tarde, me tranquilizo un poco regreso a la cocina y me tomo el tiempo para beber agua. Recuerdo los primeros días creía que no tomaba agua por la falta de un termo, pero después cuando lo compre uno,  me di cuenta que en realidad no tomaba agua por falta de tiempo.

 Recojo los platos y las copas  de las mesas, acomodo  todo de manera tal que  por lo menos dos mesas alcancen en una de mis charolas, la sujeto con el hombro y me dirijo a la cocina, con el temor que el peso me traicione y termine  quebrando todo. La cuestión es hacerlo rápido, para poder salir, no importa donde, la cosa es salir de la elegancia de las lámparas, de la madera  de más de cien años, de la alfombra, de los vidrios con fantásticos diseños y de cada uno de esos detalles que hacen de este lugar, uno de los más visitados.

 Preparo todo para la cena, barro y trapeo la parte del restaurante  que me corresponde, busco al manager, revisa mi trabajo y me dice que me puedo ir.  Tras haber registrado mi salida con la tarjeta voy al comedor de empleados, donde encuentro a Clint, nos comunicamos  con los ojos y ambos nos sentamos en la misma mesa. Tras diez horas de pie, la silla me parece  tan cómoda que prácticamente me acuesto en ella. Estoy tan cansada que no me apetece nada, todo está desabrido, muy poco cocinado, muy picante o simplemente incoherente.  No soy la única  a la que no le apetece nada,  la bandeja de Clint está casi vacía, come muy poco pero rápido.

Miro desde afuera la situación parecemos dos extraños comiendo en la misma mesa sin decir nada, así que decido comentarle sobre mi día, me sigue la conversa e incluso reímos, hasta que le comento el incidente de la señora y su despectivo comentario, se queda congelado, abre sus ojos color aceituna  con sorpresa, se compadece  y  me abraza. Me siento débil, quiero quedarme a dormir en su hombro, pero su tiempo de receso se acaba, así que me recuerda con una sonrisa que es día de pago.

Me  convence  de ir a ver nuestros cheques, pese al cansancio  lo hago. Clint toma su cheque lo abre y me  deja ver la cantidad, yo abro el mío y una sonrisa aparece en mi rostro.  Es lo más parecido a la felicidad casi puedo acariciar el cabello de mi madre, tocar el hombro de mi hermano y de mi padre. Parece que cada uno de los ceros de ese cheque cura cada una de esas heridas al ser extranjera, cada uno de esos ceros pacerían acercarme  y  alejarme  a la vez de  mi país, sueños y mi gente.

 De repente   luzco tan animada  como  mis compañeros  después de las doce de la noche casi puedo decir  como ellos que estoy “bien “, el mismo bien que digo cuando hablo con mis padres, o cuanto mi jefe o clientes me preguntan cómo estoy. Porque en  Estados Unidos todos estamos” bien “.
 

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