Por: Alejandro Recio Sastre
Nunca
se ha explicado porqué cuando se producen las crisis económicas se genera una
mayor concentración del capital en sectores minoritarios y privilegiados de la
sociedad. Tampoco nos han explicado, claramente, ¿cómo es posible el incremento
de las utilidades para la banca mientras un país decrece? Este último caso se
ha venido dando en Ecuador a lo largo del último año, situación que apela
directamente a la cuestión planteada: la concentración del capital en pocas
manos durante las crisis económicas.
En
un artículo publicado, no hace mucho, por Malcom Harris en MIT Technology
Review se menciona que “entre 1979 y 2019, la productividad aumentó un 69,6%
pero el salario por hora solo subió un 11,6%”. Este desbarajuste en la variable
productividad/salario quizá no quiera ser explicada, de manera deliberada, por ciertos
expertos económicos, gobernantes, representantes políticos y politólogos. A
todos nos han tratado de persuadir alguna vez de que estos desequilibrios no
son relevantes en nuestro sistema, pues realmente solo importa el grado de
éxito en el emprendimiento, la constancia, el esfuerzo en el trabajo y los
méritos en general. Además, en el texto de Harris se afirma que la llamada
Generación Z es la que más ha sufrido este desbarajuste, algo que no entraba en
los presagios del economista Keynes para nuestra época. Harris se refiere a un
texto de Keynes titulado Las posibilidades económicas para nuestros nietos,
en el que el pensador económico británico predice que el capitalismo sucumbirá
hacia el año 2030, debido a que los avances tecnológicos y la mecanización del
trabajo terminarían por abolir la jornada laboral. El mentado autor da cuenta
de que los nietos de los que hablaba Keynes llevan en este mundo desde 1976 y
que todo apunta a que sus predicciones no tienden a cumplirse, entre otras
cosas, por la abrupta irrupción del capitalismo neoliberal. La cuestión es que,
a ojos de Harris, los “nietos de Keynes” se han convertido incontrovertiblemente
y contra todo pronóstico en “marxistas”.
Al
margen de la lectura que se ha comentado hasta ahora, cabría decir que,
precisamente hoy en día nunca está más presente la plusvalía como problema: un
problema, si cabe, de naturaleza económica, pero con importantes connotaciones
filosóficas. Según Marx la plusvalía es el valor diferencial entre los
beneficios que obtienen los propietarios de los medios de producción y aquellos
que ejercen la fuerza de trabajo para obtener tales beneficios; resulta que, en
detrimento de los segundos los primeros se apropian de la mayor parte de ese
valor generado por el trabajo. Cierto que en la actualidad el incremento de la
productividad es inextricable del desarrollo tecnológico, el cual, a su vez,
trae consigo la posibilidad de llevar a cabo importantes innovaciones
empresariales y comunicacionales, pero esto no justifica la apabullante
concentración de capital en grupos privilegiados cada vez más minoritarios. Normalmente
los costos empleados en el acceso a las redes digitales y a las maquinarias de
última generación son invariables, de hecho, desde el inicio del capitalismo,
los únicos costos variable y flexibles tienen que ver con la mano de obra
humana. Suele suceder que los empresarios aceptan los precios que les imponen
sus proveedores, tanto de maquinarias, innovaciones, programas informáticos,
materia prima, etc. Pero, sin embargo, los salarios a la fuerza de trabajo
están expuestos a constantes fluctuaciones menguantes; ya que, el trabajo
humano es el factor de producción al que más fácilmente se le puede descontar
valor en términos de ganancia salarial.
Es
plausible suponer que en la actualidad la productividad humana neta es una
variable incalculable si se atiende al alto grado de dependencia respecto a las
máquinas. La tecnología es una extensión del trabajo humano que, más que un
mero apéndice, es parte inexorable de su productividad y desempeño. Y, de nuevo
hay que reiterar que esto no justifica la flagrante concentración de capital en
selectas minorías. Esta concentración tiene connotaciones no solo económicas,
sino también políticas, lo que lleva a repensar los privilegios fiscales y
financieros, causas de la desigualdad social y de los desequilibrios en la
relación productividad/salario. Como una reminiscencia del pasado se hace más evidente
que nunca el problema de la plusvalía, ahora en una versión ya no decimonónica,
sino muy de nuestro siglo, pero con desequilibrios más visibles y variados que
en el momento en que Marx la teorizó. Definitivamente, en un mundo donde la
ocultación de este problema derrocha una banalidad disfrazada de puro cinismo –
el grado de saturación de información y la imposibilidad de acceder a una
información sin que esté contaminada de fakenews, o la incredulidad
política que lleva a la indiferencia social, son rasgos de una forma neoliberal
de pensar que, al ser tremendamente sencilla y accesible tanto para las mentes
más brillantes como para las más mediocres, hace que la ocultación del problema
de la plusvalía sobrepase el velo oscuro de la ideología para convertirse en un
asunto sistémico.
En
la mitad del año 2020 quizá sea en Ecuador donde mayor raigambre toma la
plusvalía como realidad social, controversia política e injusticia económica. Dadas
las medidas adoptadas por el Gobierno en materia de política laboral, se vuelve
cada vez más comprobable la clara depreciación del valor del trabajo. Con las
nuevas disposiciones no solo se verán reducidos los ingresos de los
trabajadores, sino también sus condiciones de vida, lo que afectará a las
familias y al desarrollo de las expectativas de vida tanto a nivel individual
como colectivo. Y, no solo la reducción salarial y la pérdida de derechos
laborales afectará al desarrollo del buen vivir, es obvio que también la
retracción en políticas públicas, que conlleva la minimización de servicios
garantizados por el Estado, contribuye a la precarización de la sociedad, afectando
especialmente a los grupos de personas que menor acceso tienen a esos servicios
por la vía privada. En la cuestión de los servicios públicos, como la educación
y la sanidad gratuitas y de calidad, también entraría el problema de la
plusvalía, pues buena parte del financiamiento de esos servicios proviene de
impuestos sobre las tasas de ganancia de las actividades productivas y
financieras. Si aquellos que más capacidad de concentración de capital tienen,
además, se ven excedidos de contribuir a las arcas públicas con porcentajes de
impuestos justos en relación con el poder acumulativo que tienen, entonces en
este punto la plusvalía también perjudica a los trabajadores y trabajadoras en
la medida en que ellos serán los máximos beneficiarios del engrose y
cualificación de servicios públicos.
Precisamente,
en el ámbito de las políticas públicas como redistribución de la riqueza
mediante servicios garantizados gratuitamente es donde reside una dimensión de
la plusvalía; ya que, indirectamente, la riqueza concentrada que muchas veces
termina en cuentas offshore es el resultado directo del beneficio
obtenido a partir de actividades productivas, que en la mayor parte de las
ocasiones no son convenientemente remuneradas.
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