Por: Nicole Arias
Aun sueño con tener derechos sin fronteras
Aun sueño con el aroma y paz del hogar
Aun sueño con encontrar hogar en algún lugar
Aun sueño con latir fuera de mapas y aduanas
Aun sueño con ser alguien más que números extranjeros y banderas de color
Aun sueño con el día en el que tener sueños sea rentable.
Escucho
la voz de mi madre al otro lado del teléfono preguntándome
Como estoy, de repente
se me corta la voz y me doy cuenta que
tengo lágrimas en las mejillas,
respiro lentamente y respondo con un bien,
pienso que me he vuelto sensible y hasta cierto punto una excelente actriz. Me
pregunta que me pasa, respondo con una sola palabra cansada. Me comenta sobre todo lo que pasa en casa y solo tengo un
silencio, no puedo más decido buscar una excusa para colgar. Me quedo sentada
en el piso alfombrado, mirando la ventana
con los pies y las piernas desnudas mientras sale un llanto desesperado
que no sabía que tenía dentro de mí. Espero se
me pase pronto pero el llanto sigue por cerca de una hora, me siento
perdida en un millón de montañas y una agonía irrazonable por el cansancio que desencadena un insomnio
absurdo, pienso que me volveré loca.
Pero recuerdo la razón de resistir…un cheque que en mi país no lo alcanzaría
sino en varios años.
De repente escucho la puerta abrirse, me
limpio la cara, es Veronika mi compañera de cuarto de Eslovaquia, llega como siempre a contarme con su peculiar acento sobre su día, no la miro se da cuenta que estoy
mal y me abraza. Es uno de los pocos
abrazos que recibo tras dos meses fuera de casa, se me van las lágrimas y le
digo que no me pasa nada. Me dice que ella también quiere llorar, nos
ponemos a llorar sin razón aparente y terminamos riendo. Al final me dice we
are strong woman. (Somos mujeres fuertes), me pongo la pijama mientras recuerdo
la hoja color morado que estaba pegada en la puerta esa mañana, recordándole a Veronika su pronta
finalización del contrato, siento
tristeza, pero me veo al espejo y luzco
enojada.
Me acuesto en la cama y
miro el techo de colchón que es la litera de resortes cafés sobre mi cama. Me siento encerrada. Me doy la vuelta y
decido intentar dormir, pasan unos minutos y la cobija roza mis
pies, recuerdo que la noche anterior, descubrí que esa pequeña molestia
en mis zapatos, era el síntoma de que mis pies
habían estado sangrando durante las doce horas de trabajo. Así que me
levanto y me voy a comer los absurdos
sándwiches, con comida enlatada que nos dan en el salón de empleados, pero al
llegar ahí me enojo y decido no comer.
Me encuentro con los ecuatorianos quienes
hablan entre risas y comentarios propios del humor de mi país, me siento en
casa. Todo parece ir bien hasta que llegamos al tema de page check o cheque de
pago, me preguntan qué cuanto gano, les respondo y todos dicen lo afortunada
que soy por la cantidad de dinero que hago. Me sonrió y me quedo pensando en
“lo afortunada que soy “mientras viene a mi mente, mis pies sangrantes, mi
hombros adoloridos, las trece horas de trabajo, el llanto en el baño, las
náuseas después de cada comida y esa nostalgia de casa, combinada por una
ansiedad que me hace limpiar las mesas
con tal rapidez, que uno de mis compañeros de trabajo me dice que soy muy rápida a manera de chiste.
Me vuelvo a conectar con
la conversación de los ecuatorianos, que para ese entonces trataba sobre sus experiencias con el inglés, me dicen que
yo no sufro por mi excelente inglés, me
sonrió pero sus palabras me llevan a aquel almuerzo en el que por primera vez
en mi vida desee no haber sabido inglés.
Un grupo de motocicletas se sentaron en mi sección, entre uno de ellos
una mujer, acudí como siempre con la jarra de agua y mi tradicional hello, la mujer me preguntó que era la
sopa del día. Ante lo cual me quedé
congelada porque no estuve cuando el chef lo anunció, justo coincidió que eran
mis treinta minutos de receso. Me sentí
un poco avergonzada por no saber la información, respondí que puede
chequear en el buffet, la señora me miró con un gesto de desprecio.
Minutos después al regresar a la misma mesa,
uno de ellos se dirige a mí con la
intención de preguntar algo, pero la
señora le interrumpe y le dice que no me hable a mí, que no entiendo inglés, que soy una de esas trabajadoras
internacionales que solo sirve para
trabajos manuales.
Desafortunadamente
entiendo cada una de sus palabras, mi sonrisa aparece a manera de arma,
mientras siento que mis lágrimas caen.
Sigo sonriendo y me retiro. Llego a la parte trasera del restaurante y suelto el llanto silenciosamente, uno de los meseros
me ve y me pregunta que me pasa le digo
que nada y dice que sonría para obtener más propina.
Hay un conflicto en mi cabeza entre las palabras de la señora, los éxitos y
cariño de la gente que deje en mi país, surge un cuestionamiento sobre qué hago en ese lugar. Finalmente un
roce en la espalda lo más cercano a una
caricia, me despierta de mis pensamientos, reacciono de manera defensiva,
y me encuentro con la espalda de Clint caminando rápidamente, quien me regala una sonrisa coqueta. Le respondo con
otra sonrisa, pues su presencia en la
cocina anuncia que es más de la una y treinta de la tarde y por ende el tiempo de almuerzo en el
restaurante está por finalizar, mientras
coloco las copas en el respectiva cubeta sigo con la mirada a Clint, aunque
resulta un poco complicado por la
velocidad con la que se mueve, mis ojos logran
encontrarlo con su uniforme
nuevo de cocinero de alto mando, lo
contemplo y me quedo abstraída
en su delgadez, su palidez y las largas horas de trabajo que le esperan.
Regreso al comedor sigo limpiando, sigue
llegando gente, parece eterno, voy en busca de platos, y servilletas para la
cena, me desespero quiero salir corriendo, mientras alguien de la mesa me pide
más agua, mas cola, o me reclaman por la demora de la comida. Finalmente tras
una agónica espera, cierran la puerta del restaurante a las dos y treinta de la
tarde, me tranquilizo un poco regreso a la cocina y me tomo el tiempo para
beber agua. Recuerdo los primeros días creía que no tomaba agua por la falta de
un termo, pero después cuando lo compre uno,
me di cuenta que en realidad no tomaba agua por falta de tiempo.
Recojo los platos y las copas de las mesas, acomodo todo de manera tal que por lo menos dos mesas alcancen en una de mis
charolas, la sujeto con el hombro y me dirijo a la cocina, con el temor que el
peso me traicione y termine quebrando
todo. La cuestión es hacerlo rápido, para poder salir, no importa donde, la
cosa es salir de la elegancia de las lámparas, de la madera de más de cien años, de la alfombra, de los
vidrios con fantásticos diseños y de cada uno de esos detalles que hacen de
este lugar, uno de los más visitados.
Preparo todo para la cena, barro y trapeo la
parte del restaurante que me
corresponde, busco al manager, revisa mi trabajo y me dice que me puedo
ir. Tras haber registrado mi salida con
la tarjeta voy al comedor de empleados, donde encuentro a Clint, nos
comunicamos con los ojos y ambos nos
sentamos en la misma mesa. Tras diez horas de pie, la silla me parece tan cómoda que prácticamente me acuesto en
ella. Estoy tan cansada que no me apetece nada, todo está desabrido, muy poco
cocinado, muy picante o simplemente incoherente. No soy la única a la que no le apetece nada, la bandeja de Clint está casi vacía, come muy
poco pero rápido.
Miro desde afuera la
situación parecemos dos extraños comiendo en la misma mesa sin decir nada, así
que decido comentarle sobre mi día, me sigue la conversa e incluso reímos,
hasta que le comento el incidente de la señora y su despectivo comentario, se
queda congelado, abre sus ojos color aceituna
con sorpresa, se compadece y me abraza. Me siento débil, quiero quedarme a
dormir en su hombro, pero su tiempo de receso se acaba, así que me recuerda con
una sonrisa que es día de pago.
Me convence
de ir a ver nuestros cheques, pese al cansancio lo hago. Clint toma su cheque lo abre y
me deja ver la cantidad, yo abro el mío
y una sonrisa aparece en mi rostro. Es
lo más parecido a la felicidad casi puedo acariciar el cabello de mi madre,
tocar el hombro de mi hermano y de mi padre. Parece que cada uno de los ceros
de ese cheque cura cada una de esas heridas al ser extranjera, cada uno de esos
ceros pacerían acercarme y alejarme
a la vez de mi país, sueños y mi
gente.
De repente
luzco tan animada como mis compañeros después de las doce de la noche casi puedo
decir como ellos que estoy “bien “, el
mismo bien que digo cuando hablo con mis padres, o cuanto mi jefe o clientes me
preguntan cómo estoy. Porque en Estados
Unidos todos estamos” bien “.

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