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martes, 23 de abril de 2019

¿PhD obligatorio? de lo academicista a lo político.

Por David Añazco Ojeda


Imagen del European University Institute


El abordaje que se le ha dado a esta cuestión ha sido más bien academicista, pero enfrentar el debate también merece asumir una postura política. Como ya es de conocimiento público a inicios de este mes se conoció sobre una propuesta de reforma de la Ley Orgánica de Educación Superior (LOES) donde se plantea la eliminación del requisito de PhD para rectoras/es y profesoras/es principales. La propuesta es bastante mediocre, no tanto por la sugerencia de eliminar el requisito, sino por los livianos o nulos argumentos que se esgrime. Primero, se ha mencionado que varios de los PhD que laboran en el país son extranjeros. Bueno, ¿cuál es el problema de eso? La internacionalización, como lo sugiere la carta de la EPN, es una virtud en las instituciones de educación superior (IES), no un problema. Segundo, se señala que los ecuatorianos que han obtenido ese título lo han hecho en el extranjero y por lo general son personas con altas posibilidades económicas. Al respecto no hay ni un solo dato que lo argumente. Pero, es justamente sobre este punto donde es posible abrir la discusión política.

Por una parte, quienes estamos en los circuitos académicos sabemos con perfecta claridad que acceder a estudios de PhD no es barato, mejor dicho, es bastante caro. Considerando que el Ecuador casi no tiene oferta de formación doctoral, la única posibilidad para muchos es hacerlo en el extranjero. En ese caso, para buena parte de nosotros la única posibilidad de hacerlo es a través de una beca. Por ese motivo, considero que la disputa que debemos llevar a cabo desde los sectores académicos, es por institucionalizar un programa de becas con recursos suficientes y pertinentes con un carácter bastante radical respecto de la discriminación positiva. El emblemático programa de becas de la SENESCYT en los últimos dos años ha sido torpedeado; y, de hecho, la última reforma de la LOES transfirió la responsabilidad a las IES (ver por ejemplo el artículo 26 del Reglamento de Régimen Académico). Por lo tanto, si bien la propuesta es eliminar la exigencia para profesoras/es principales y rectoras/es, considerando la tendencia de doctorizarse, no tiene sentido, o es injusto, que el Estado exija un tipo de nivel de formación, si no genera las condiciones para que sus académicos/as puedan formarse.
Por otro lado, existe otra brecha importante: ser admitido en un programa doctoral no es fácil desde la perspectiva de cultura académica, salvo en los llamados PhD express (tipos de doctorado de dudoso nivel académico que prácticamente funcionan y se ofertan a modo de mercancía). Decía que no es fácil porque demanda un tipo de experiencia compleja, entre otros: saber un idioma extranjero, tener experiencia en grupos, proyectos y equipos de investigación, haber publicado, recomendaciones, etc. Quienes están a la vanguardia de la investigación en el país, seguramente dirán que esto debe ser habitual de un académico. Hay que luchar contra toda forma de mediocridad en la educación, pero hay que caracterizar los problemas desde una perspectiva histórica. Veamos.
Si asumimos que las publicaciones científicas son un buen indicador de la actividad de investigación que se realizan en las universidades, nuestro país aún está en una etapa embrionaria. Así pues, desde 1996 a 2006 el porcentaje que el Ecuador aportaba al mundo[1] era de 0,1% — 0,2%. Los datos sugieren que el Ecuador comienza su despunte en el año 2013: a nivel regional aportaba el 0,64% y a nivel mundial 0,4%. Para el año 2017 a nivel regional aporta 2.27% y a nivel mundial 0,11%. Yo me animaría a atribuir este crecimiento a la inversión pública en educación, ciencia y tecnología; recordemos que ésta pasó del 0,7% al 2% del PIB. En consecuencia, lo diría de manera sencilla, sin plata no hay investigación: sin plata no hay garantía de formación de investigadores. Pese a que hubo un crecimiento, el Ecuador recién comienza a salir de un lugar marginal. En ese caso, claro que se necesitan investigadores, PhD o no, pero fundamentalmente se necesitan fondos para investigar y formar nuevos investigadores.
Con lo antes señalado, puedo retomar el punto de lo habitual que debe desarrollar un investigador en la universidad. Nuestra academia recién comienza a formar una cultura académica que se alinea a lo que ocurre en otras universidades importantes a nivel mundial. A menudo en la universidad ecuatoriana se notaba la ausencia de grupos de investigación, nichos académicos y participación en líneas de investigación relacionadas a debates de punta en la ciencia mundial. Lo que en los países “desarrollados” se asume como normal en el quehacer de un investigador, en nuestro país recién comienza a naturalizarse porque las condiciones han sido diferentes (no podemos comparar los resultados de investigación de una de nuestras universidades con una del llamado primer mundo sino miramos algo tan básico como el presupuesto y tiempo destinado a tal actividad). Ahora comienza a existir una cultura de investigación, de búsqueda de fondos, de articulación a través de redes de investigación, de innovación docente, etc. Por ello, pienso que la universidad ecuatoriana como espacio de trabajo del docente e investigador, podría ser vista como el espacio primigenio para formar investigadores y docentes[2] en ese caso hay que valorar las diferentes trayectorias de aprendizaje y posibilidades de las y los investigadores, donde el doctorado sería una experiencia importante, pero no la culminante.
Alguien que ha tenido la oportunidad de formarse como PhD seguro que forma parte de una cultura académica bastante solvente y habrá participado de los contextos antes señalados. Por ello pienso que la primera tarea de un PhD, que ha tenido dichas experiencias, debería ser la de colaborar en la construcción de espacios que permitan a las nuevas generaciones de investigadores acceder y ganar profundidad en la cultura académica. Porque esto también sería garantía para que las personas que están interesadas en hacer una carrera científica, acumulen experiencia y capital cultural para que puedan acceder y ser admitidos en programas doctorales.
Tengo mucha consideración de aquellos investigadores jóvenes que ostentan tremendos currículos y una formación extraordinaria. Lo que no coincido con muchos de ellos, y por eso he tenido discusiones en grupos de becarios, es que frecuenten la palabra mérito como producto del esfuerzo individual. Mi experiencia me sugiere que detrás de grandes méritos hay grandes oportunidades. Un mérito es una buena oportunidad aprovechada. La tarea política de los académicos comprometidos es luchar porque esas oportunidades sean ampliadas y profundizadas para todos los sectores de la población. Porque o sino, con en esta lógica — como diría Chomsky — del rat race que se da en la academia, estaríamos favoreciendo la marginalización de muchas personas. Y, en consecuencia, veríamos poquísimos colegas indígenas, afrodescendientes, o hijos de las familias de los cuartiles más pobres siendo rectoras/es o profesores/as principales de nuestras universidades. Porque dichos sectores son ejemplos bastante gráficos de la exclusión educativa. No hay que olvidarnos que, al menos en nuestra región, estudiar y egresar de la universidad es casi un privilegio. El tránsito hacia la universidad ya es demasiado complejo, se estima que alrededor de un 41% de la población entre las edades de 25–29 años no ha terminado la educación secundaria[3].
Para finalizar, valdría volver a escuchar la canción de Los prisioneros — “El baile de los que sobran”, nos dijeron cuando chicos jueguen a estudiar, los hombres son hermanos y juntos deben trabajar… y no fue tan verdad, porque esos juegos al final terminaron para otros con laureles y futuro y dejaron a mis amigos pateando piedras. Pregunto ¿el laurel para el doctor?
Postdata: mis queridos pálidos lectores y colegas, habría que pensar la academia desde puntos de vista interculturales. Los conocimientos ancestrales no se agotan en los doctorados, y los sabios de diferentes sectores también pueden enseñar e investigan. Alerta, tenemos una visión demasiado occidentalizada del saber.
Bibliografía
[2] Para 2016 de 36.279 profesores en el sistema, 29.342 son profesores con maestría. Fuente: https://www.educacionsuperior.gob.ec/wp-content/uploads/downloads/2019/01/Boletin_Analitico_SENESCYT_Diciembre-2018.pdf
[3] Fuente: Education, skills and youth in Latin America and the Caribbean. Disponible en: 

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