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Imagen del European
University Institute |
El abordaje que se le ha dado a esta
cuestión ha sido más bien academicista, pero enfrentar el debate también merece
asumir una postura política. Como ya es de conocimiento público a inicios de
este mes se conoció sobre una propuesta de reforma de la Ley Orgánica de
Educación Superior (LOES) donde se plantea la eliminación del requisito de PhD
para rectoras/es y profesoras/es principales. La propuesta es bastante
mediocre, no tanto por la sugerencia de eliminar el requisito, sino por los livianos o nulos argumentos que se esgrime. Primero, se ha mencionado que
varios de los PhD que laboran en el país son extranjeros. Bueno, ¿cuál es el
problema de eso? La internacionalización, como lo sugiere la carta de la EPN,
es una virtud en las instituciones de educación superior (IES), no un problema.
Segundo, se señala que los ecuatorianos que han obtenido ese título lo han
hecho en el extranjero y por lo general son personas con altas posibilidades
económicas. Al respecto no hay ni un solo dato que lo argumente. Pero, es
justamente sobre este punto donde es posible abrir la discusión política.
Por una parte, quienes estamos en los circuitos académicos sabemos con
perfecta claridad que acceder a estudios de PhD no es barato, mejor dicho, es
bastante caro. Considerando que el Ecuador casi no tiene oferta de formación
doctoral, la única posibilidad para muchos es hacerlo en el extranjero. En ese
caso, para buena parte de nosotros la única posibilidad de hacerlo es a través
de una beca. Por ese motivo, considero que la disputa que debemos
llevar a cabo desde los sectores académicos, es por institucionalizar un
programa de becas con recursos suficientes y pertinentes con un carácter
bastante radical respecto de la discriminación positiva. El
emblemático programa de becas de la SENESCYT en los últimos dos años ha sido
torpedeado; y, de hecho, la última reforma de la LOES transfirió la
responsabilidad a las IES (ver por ejemplo el artículo 26 del Reglamento de
Régimen Académico). Por lo tanto, si bien la propuesta es eliminar la exigencia
para profesoras/es principales y rectoras/es, considerando la tendencia de doctorizarse, no tiene
sentido, o es injusto, que el Estado exija un tipo de nivel de formación, si
no genera las condiciones para que sus académicos/as puedan formarse.

Si asumimos que las publicaciones científicas son un buen indicador de
la actividad de investigación que se realizan en las universidades, nuestro
país aún está en una etapa embrionaria. Así pues, desde 1996 a 2006 el
porcentaje que el Ecuador aportaba al mundo[1] era de 0,1% — 0,2%. Los datos sugieren que el Ecuador comienza su
despunte en el año 2013: a nivel regional aportaba el 0,64% y a nivel mundial
0,4%. Para el año 2017 a nivel regional aporta 2.27% y a nivel mundial 0,11%.
Yo me animaría a atribuir este crecimiento a la inversión pública en educación,
ciencia y tecnología; recordemos que ésta pasó del 0,7% al 2% del PIB. En
consecuencia, lo diría de manera sencilla, sin plata no hay
investigación: sin plata no hay garantía de formación de investigadores. Pese
a que hubo un crecimiento, el Ecuador recién comienza a salir de un lugar
marginal. En ese caso, claro que se necesitan investigadores, PhD
o no, pero fundamentalmente se necesitan fondos para investigar y formar nuevos
investigadores.
Con lo antes señalado, puedo retomar el punto de lo habitual que debe
desarrollar un investigador en la universidad. Nuestra academia recién comienza
a formar una cultura académica que se alinea a lo que ocurre en otras
universidades importantes a nivel mundial. A menudo en la universidad
ecuatoriana se notaba la ausencia de grupos de investigación, nichos académicos
y participación en líneas de investigación relacionadas a debates de punta en
la ciencia mundial. Lo que en los países “desarrollados” se asume como normal
en el quehacer de un investigador, en nuestro país recién comienza a naturalizarse
porque las condiciones han sido diferentes (no podemos comparar los resultados
de investigación de una de nuestras universidades con una del llamado primer
mundo sino miramos algo tan básico como el presupuesto y tiempo destinado a tal
actividad). Ahora comienza a existir una cultura de investigación, de búsqueda
de fondos, de articulación a través de redes de investigación, de innovación
docente, etc. Por ello, pienso que la universidad ecuatoriana como espacio de
trabajo del docente e investigador, podría ser vista como el espacio primigenio
para formar investigadores y docentes[2] en ese caso hay que valorar las diferentes
trayectorias de aprendizaje y posibilidades de las y los investigadores, donde
el doctorado sería una experiencia importante, pero no la culminante.
Alguien que ha tenido la oportunidad de formarse como PhD seguro que
forma parte de una cultura académica bastante solvente y habrá participado de
los contextos antes señalados. Por ello pienso que la primera tarea de un PhD,
que ha tenido dichas experiencias, debería ser la de colaborar en la
construcción de espacios que permitan a las nuevas generaciones de
investigadores acceder y ganar profundidad en la cultura académica. Porque esto
también sería garantía para que las personas que están interesadas en hacer una
carrera científica, acumulen experiencia y capital cultural para que puedan
acceder y ser admitidos en programas doctorales.
Tengo mucha consideración de aquellos investigadores jóvenes que
ostentan tremendos currículos y una formación extraordinaria. Lo que no coincido
con muchos de ellos, y por eso he tenido discusiones en grupos de becarios, es
que frecuenten la palabra mérito como producto del esfuerzo individual. Mi
experiencia me sugiere que detrás de grandes méritos hay grandes
oportunidades. Un mérito es una buena oportunidad
aprovechada. La tarea política de los académicos comprometidos es
luchar porque esas oportunidades sean ampliadas y profundizadas para todos los
sectores de la población. Porque o sino, con en esta lógica — como diría
Chomsky — del rat
race que se da en la academia, estaríamos favoreciendo la
marginalización de muchas personas. Y, en consecuencia, veríamos poquísimos
colegas indígenas, afrodescendientes, o hijos de las familias de los cuartiles
más pobres siendo rectoras/es o profesores/as principales de nuestras
universidades. Porque dichos sectores son ejemplos bastante gráficos de la
exclusión educativa. No hay que olvidarnos que, al menos en nuestra región,
estudiar y egresar de la universidad es casi un privilegio. El tránsito hacia
la universidad ya es demasiado complejo, se estima que alrededor de un 41% de
la población entre las edades de 25–29 años no ha terminado la educación
secundaria[3].
Para finalizar, valdría volver a escuchar la canción de Los
prisioneros — “El baile de los que sobran”, nos
dijeron cuando chicos jueguen a estudiar, los hombres son hermanos y juntos
deben trabajar… y no fue tan verdad, porque esos juegos al final terminaron
para otros con laureles y futuro y dejaron a mis amigos pateando piedras. Pregunto
¿el laurel para el doctor?
Postdata: mis queridos pálidos lectores y colegas, habría que pensar la
academia desde puntos de vista interculturales. Los conocimientos ancestrales
no se agotan en los doctorados, y los sabios de diferentes sectores también
pueden enseñar e investigan. Alerta, tenemos una visión demasiado
occidentalizada del saber.
Bibliografía
[2] Para 2016 de 36.279
profesores en el sistema, 29.342 son profesores con maestría. Fuente: https://www.educacionsuperior.gob.ec/wp-content/uploads/downloads/2019/01/Boletin_Analitico_SENESCYT_Diciembre-2018.pdf
[3] Fuente:
Education, skills and youth in Latin America and the Caribbean. Disponible
en: