miércoles, 24 de mayo de 2017

Tras diez años de Rafael Correa

Por Erik Mozo

No, no fue socialismo.
No, quizás no fue revolución. Queda pendiente ese debate.
Pero fue un quiebre histórico que no puede ocultarse, y que cambio el Ecuador de muchas maneras.
Solamente una vez he hablado con él, por cerca de 2 o 3 horas. Coincidimos en el almuerzo de fraternidad con Federaciones de Estudiantes en Carondelet, convocado por la Presidencia de la República. Coincidía también que mi periodo como presidente Nacional de la FEUPE (2016-2017), estaba justo 30 años después del de Rafael Correa (1986 - 1987), lo que hizo que estuviésemos en esa mesa directiva con algunos compañeros más.
Esa tarde transcurrió hablando desde equipos de fútbol, scouts, Federaciones de Estudiantes, historia de ciertos expresidentes de la FEUPE que también fueron presidentes del Ecuador, hasta los cambios que exigíamos en el Decreto 16, el cogobierno estudiantil por medio de una reforma a la LOES (lo que quizás molestó a algunos) y preguntas que llevaba guardadas algún tiempo sobre políticas puntuales como educativa (sobre todo educación inicial), política cultural y política industrial, ejes que considero pudieron tener mayor impulso.
Siempre es difícil apreciar la historia en su verdadera dimensión, sin alejarnos antes un tanto. Es prácticamente imposible, lo fue también durante ese almuerzo que tuvimos, y lo es con todas las apreciaciones que tenemos en determinados momentos ¿por qué? Porque todas las aristas móviles de una realidad 1) No pueden ponderarse antes de que terminan su cambio 2) no pueden sintetizarse en un criterio global antes de que se pueda ponderar individualmente cada una y 3) porque al estar inmersos en esa realidad hay muchas cosas, personales y colectivas, que no permiten que la veamos en su verdadera magnitud.
Rafael Correa cometió errores, negarlo sería fanatismo, pero también tuvo muchos aciertos históricos rotundos, negarlo sería una infamia total. Muchos de los aciertos y errores dependieron de él, Rafael Correa, la persona, pero muchos también dependieron de las condiciones tanto objetivas como subjetivas que posibilitaron el tomar ciertas medidas, e imposibilitaron tomar otras. En ambos campos, las nuevas generaciones tenemos el desafío inminente de la reinvención, lo contrario sería retroceder, y en el retroceso solamente queda un abismo para nuestra patria y su gente.
De todos los pendientes que se tienen, sin duda, resulta la transformación cultural el eje en el que se deben sostener todos los cambios. Transformación cultural que debe profundizar, sobre todo, nuestro amor propio y nuestro amor por la gente, con todos los grandes actos que deben devenir de ellos, todas las grandes conquistas y las grandes alegrías. Esta revolución cultural en lo práctico pero medular sigue pendiente en los sectores público y privado: Al público que no termina de dimensionar que en su accionar reside el bienestar de todos, sin posibilidad de intereses individuales que la mancillen, y al privado que cree que todos los beneficios "son suyos" porque se los ganó, sin dimensionar el rol inherente de la sociedad en la producción, y, por ende, los resultados colectivos que devienen de la misma.
Desde mi perspectiva, independiente - porque ni siquiera he trabajado en el Estado, ni pertenezco a partido político -, en la ponderación personal que tengo entre errores y aciertos, reconozco que estos 10 años, sobre todo para las clases históricamente más golpeadas, han sido claramente ganados. Pudieron ganar más, pero decirlo sin considerar los puntos anteriores no aporta mucho en la ponderación global de la praxis política, y si se consideran, debe debatirse, y no asegurarlo sin contraste.
Sin embargo, pese a que cerramos hoy un ciclo histórico del Ecuador, que indudablemente dependió de actores clave dentro del gobierno, sigo convencido de que si queremos cambios estructurales y definitivos en nuestra sociedad, estos dependen de alguien, fundamentalmente: De nosotros mismos.

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